lunes, 12 de enero de 2015

EXTRACTO DEL LIBRO MASCULINADAD TÒXICA.-El autor sostiene que es impostergable denunciar y transformar ese modelo, toma partido de un modo firme inflexible frente a una masculinidad que es tóxica para todos y que perjudica nuestros vínculos, nuestros corazones y nuestra vidas y, por fin, hace un llamamiento urgente a los hombres para salir de ella antes de que sea tarde. Esta obra es el manifiesto personal de un especialista en la cuestión masculina que, con un lenguaje claro y vibrante, con información esclarecedora y con ejemplos incuestionables y cotidianos, propone un cambio necesario e impostergable.

EXTRACTO DEL LIBRO MASCULINADAD TÒXICA

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https://drive.google.com/file/d/0B4LqR57m8NH2aWdYQk9xaFZMM1U/view?usp=sharing

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EXTRACTO DEL LIBRO ” LA MASCULINIDAD TOXICA “
DE SERGIO SINAY. EDICIONES B, ARGENTINA, 2006

Querido congenere:
Esta carta no podía tener otro destinatario que no fueras vos. 
Nadie podría entender mejor de que hablo, que quiero decir. 
Querido congenere, vos y yo, varones ambos, estamos en peligro de extinción.
Así como nos mandaron a vivir nuestras vidas de hombres, así como nos mandaron a relacionarnos con las mujeres, con nuestros hijos, con las cosas, con los seres, con el mundo, así no va más.

Te quiero contar cosas que escucho, que siento, que pienso, que vivo y que veo, cosas que nos involucran y que, quizás, no ignoras y te preocupan tanto como a mí.

Veo mujeres tristes, desalentadas, resignadas a no encontrarse emocionalmente con nosotros, a no contarnos como compañeros de vida, digo como verdaderos compañeros de vida, como hombres dispuestos a explorar con ellas los espacios desconocidos del afecto, a confiar en que nuestras diferencias nos enriquecerán, dispuestos a mirarlas con cariño, con ternura, con humor, además de con deseo.

Veo mujeres que no nos entienden ni se sienten entendidas por nosotros, mujeres que han hecho hasta lo imposible por comunicarse (y debo decirte querido congenere, que a menudo hacen de mas, se ponen demasiado ansiosas, sofocan, se adelantan a nuestros tiempos).
Han hecho hasta lo imposible guiadas por la mejor, la mas amorosa de las intenciones. Y hoy a muchas las veo y escucho, resignadas a convivir con hombres que siempre serán extraños y lejanos o, directamente, a prescindir de ellos.

Muchas mujeres prefieren compartir su tiempo con otra u otras mujeres: reciben más afecto, más comprensión, más compañía (aunque le falte el tipo de compañía, comprensión y afecto masculinos que tienen otra energía, otra vibración, no opuesta sino complementaria).
Hay mujeres a las cuales empezamos (solo empezamos) a resultarles prescindibles. Y si prescinden de nosotros, ellas estarán sin hombres, pero los que estaremos verdaderamente solos seremos nosotros, te lo aseguro.

Nosotros, los varones sabemos muy poco, o nada, de estar solos, salvo en las trincheras o arriba de un ring. Y aun así, nos damos el dudoso lujo de aislarnos.

Por las dudas, te lo aclaro: cuando digo que las mujeres acabaran prefiriendo estar con mujeres, no hablo de sexo. Lo aclaro porque se que los varones sabemos poco de intimidad, simplificamos y nos confundimos. 
Estarán juntas de un modo que nosotros no sabemos estar entre nosotros. Espero que entiendas. Y si no, hermano, espero que empieces a aprender a entender.

Veo y oigo, también, a muchos hijos desalentados. Ya no hacen mas esfuerzo por acercarse a sus padres, ya no esperan que sus padres se acerquen a ellos, que quiten el candado de la distancia emocional, que compartan sentimientos, sensaciones. Ya no esperan que sus padres se interesen de verdad por lo que a ellos o ellas (hijo, hija) les pasa, ya no aspiran a ser revalidados por la amorosa y firme mirada paterna.
No se si te ocurre, no se si te ha tocado, pero he sido testigo u oyente de muchas palabras de hijos desalentados. 
Dicen cosas como “A mi viejo no vale la pena pedirle nada, nunca tiene tiempo, siempre esta ocupado”.
O dicen: “Me hubiera gustado verlo en la entrega de diplomas, me hubiese gustado que estuviera allí (y no en una reunión o jugando al tenis o llevando el coche al taller) el día que traje a mi novia por primera vez a casa”.
O dicen: “Me gustaría no sentir este silencio incomodo cuando nos quedamos solos. Me gustaría que me mire a los ojos cuando me habla. Me gustaría que no opine sobre todo lo que digo. Me gustaría que me escuche sin juzgarme. Me gustaría que alguna vez me prohíba algo y me lo explique, así puedo aprender. 
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Me gustaría que no me trate como a un amigo, que no se haga el pendejo, que no me robe mi manera de hablar; necesito sentir que es mayor que yo, que tiene otra experiencia, que sabe cosas que no se, que podré confiar en el si me pierdo. 
Y así, con un padre pendejo, no puedo. Y paso vergüenza ante mis amigos, porque encima no funciona como pendejo”.

Muchos de esos hijos, hermano varón, ya no buscan a sus papas, se han resignado a perderlos emocionalmente o a tenerlos solo como proveedores. Y eligen como confidente a mama. Ella, que nunca fue varón, que no se siente como varón, que carece de experiencia de varón, tiene que explicarles desde que hacer con una chica (¡yo tampoco lo creía hasta que fui testigo varias veces!), hasta como enfrentar una situación temida.
Para esos hijos pronto seremos prescindibles. Ellos se quedaran, funcionalmente, sin padre, les será doloroso pero seguirán adelante con su vida, aprenderán a ser hombres de alguna manera, acaso sean buenos hombres. Los que nos vamos a quedar de veras solos somos nosotros.

No se si te pasa, no se si lo sientes, observo cada vez mas hombres que desconfían de otros hombres, que los ven como enemigos, como obstáculos, o a lo sumo los ven como instrumentos, como medios. 
“Este tipo me sirve o no me sirve, lo tengo que cuidar o lo tengo que cagar”. Escucho eso, lo escucho con una frecuencia que me alarma. Pasa en las empresas, en la política, en la vida social, en los clubes, en las agrupaciones profesionales.

Veo cada vez mas hombres enceguecidos por la ambición, a los que no les importa que precio (moral, en salud, en dinero, o reputación) hay que pagar para tener. Tener, esa es la palabra, hermano varón. Tener poder, mujeres, plata, casa, cosas (no importa que cosas: cosas).

¿Qué tienen en común la guerra, el desencuentro afectivo entre hombres y mujeres, la depredación del medio ambiente, la violencia en el deporte, la ausencia de una paternidad nutricia y orientadora, la corrupción en la política, la economía deshumanizada, la epidemia de muertes en accidentes, la prostitución y los negocios carentes de ética?
Todos esos elementos que identifican al mundo en que vivimos son producto de un modelo masculino, que está plenamente vigente y es hegemónico, aunque algunos voces optimistas se apresuren a darlo por superado. Ese modelo se basa en la agresividad, el rendimiento, la fuerza y la anestesia emocional. En este trabajo, Sergio Sinay se propone demostrar de qué manera ese paradigma actúa, se reproduce y afecta a las vidas de los hombres de las mujeres en todos los planos y más allá de lo imaginado.
El autor sostiene que es impostergable denunciar y transformar ese modelo, toma partido de un modo firme inflexible frente a una masculinidad que es tóxica para todos y que perjudica nuestros vínculos, nuestros corazones y nuestra vidas y, por fin, hace un llamamiento urgente a los hombres para salir de ella antes de que sea tarde.
Esta obra es el manifiesto personal de un especialista en la cuestión masculina que, con un lenguaje claro y vibrante, con información esclarecedora y con ejemplos incuestionables y cotidianos, propone un cambio necesario e impostergable.

Sergio Sinay es un reconocido especialista, consultor e investigador de los vínculos humanos y, como tal, se ha especializado en el estudio de los aspectos y recursos que pueden transformar y enriquecer la convivencia entre las personas. Sus áreas de exploración y reflexión incluyen la pareja, la psicología del varón, los lazos entre padres e hijos, las relaciones interpersonales en sus múltiples formas, así como los valores y paradigmas que las rigen. Tras una marcada trayectoria como periodista, durante la cual se destacó en importantes medios en Argentina y en el exterior, tuvo una intensa formación y práctica en Gestalt y autoasistencia psicológica. Sus seminarios y conferencias son habituales en el país, en México, Chile, Uruguay y España, en donde colabora con diversos e importantes medios e instituciones.
Fue ganador del premio de Ensayo del diario La Nación con su trabajo El varón contemporáneo ante el fin de siglo. Entre sus obras más destacadas figuran Elogio de la Responsabilidad, Vivir de a dos, Misterios Masculinos que las mujeres no comprenden, Las condiciones del Buen Amor, Ser padres es cosa de hombres, Hombres en la dulce espera (hacia una paternidad creativa), El amor a los 40, Guía del hombre divorciado y Gestalt para principiantes.
Como novelista ha publicado Ni un dólar partido por la mitad, Sombras de Broadway, Dale campeón y Es peligroso escribir de noche.
Sus obras se han traducido al inglés, francés, italiano y portugués.



Transcribo aquí el capítulo 11 del libro “La masculinidad tóxica”, titulado

Cambia un Hombre, cambian los Hombres

Guerras cada vez más salvajes y destructivas, genocidios, corrupción generalizada en la política y en la economía, manipulación masiva a través del deporte, de la publicidad, de los medios de comunicación, ausencia masiva de paternidad orientadora, emocionalmente nutricia y espiritualmente referente, sexualidad básicamente genital e irresponsable, negocios desprovistos de ética (aunque cínicamente se la invoque pero no se la practique), la rentabilidad, la ganancia, la facturación, el dinero en todas sus formas convertidos en fines en sí mismos que justifican cualquier medio, depredación constante y compulsiva de la Naturaleza, consumismo inmoral junto a pobreza y hambre inéditos, desprecio militante por todas las formas de vida del planeta, intolerancia, discriminación hacia los más débiles (especialmente si son mujeres, niños, ancianos u hombres que se apartan del modelo hegemónico), indiferencia hacia los ancestros, adoración y reverencia hacia las formas más efímeras y vacías de lo material, multiplicación de las adicciones (a las drogas, alcohol, sexo, pornografía, compras, violencia, comida, juego, etc.) como vano y patético intento de ocultar la angustia y el vacío existencial.
Si fuese necesario describir en un puñado de palabras las características salientes del mundo en que vivimos, del escenario social ante el que abrimos los ojos cada día, el párrafo anterior podría ser, en mi opinión, una síntesis adecuada. En esto ha derivado nuestra presencia en el planeta. Muchas teorías pueden explicarlo y lo intentan. Algunas son filosóficas, otras políticas, otras sociológicas, otras psicológicas, otras religiosas. Son valiosas. Acuerdo con algunas, discrepo con otras. E incluyo la propia: hay un modelo de masculinidad, que está vigente, que es muy cuestionado por algunos pocos hombres y por muchas mujeres, que es hegemónico y que encierra en su ADN aquellas potencialidades y mandatos que, encarnados en la gran mayoría de los hombres contemporáneos, dan como resultado el panorama que describí. Todos los capítulos anteriores de este libro están dedicados al intento de fundamentar esta posición. El presente se propone mirar más allá.
Las voces del silencio
La especie humana está partida, los hombres gobiernan el mundo y la gran mayoría de ellos son responsables de haberlo convertido en un lugar hostil, peligroso y tóxico. Subrayo la idea de que esto es responsabilidad de una gran mayoría masculina, porque ello contribuye a valorizar a la minoría silenciosa de varones que conservan o cultivan en sí los atributos más fértiles, nutricios y trascendentes de la hombría y que procuran un mundo diferente, mejor, compasivo, solidario, cooperativo, diverso y fecundo, y lo hacen con coraje verdadero, con empatía, con constancia, con compromiso, con pasión y compasión, sin vergüenza ni arrepentimiento por su condición de varones. Esos hombres son pocos, pero existen, son profundamente y auténticamente masculinos, son padres, son maridos, son amantes, trabajan, persisten en un universo político putrefacto que procura expulsarlos o callarlos una y otra vez, asoman a veces en el campo éticamente corrupto de los grandes negocios, intentan limpiar con sus actos las entrañas fétidas del deporte profesionalizado a ultranza, se oponen a la voracidad de las corporaciones, van en son de paz a los campos de batalla (esos campos a donde otros hombres, verdaderos cobardes de traje, corbata y discursos que jamás empuñan un arma, mandan a otros varones a matar primero y a morir después).
¿Representan esos pocos varones una esperanza? ¿Son apenas un error? ¿Sobrevivirán? ¿Auguran la posibilidad de otro paradigma masculino? ¿Son concientes de lo que enuncian? Esta serie de interrogantes podría converger en uno solo, el siguiente: ¿es posible transformar el paradigma masculino, instaurar en su lugar un modelo de hombría sostenido en la fuerza del amor, en el coraje del espíritu y en la bravura de la compasión?
Si dijéramos que estos varones no cambiarán algo, que no sobrevivirán a su intento, que nada anuncian, estaríamos señalando que la toxicidad de lo masculino conocido e imperante es algo natural, inherente a la vida. La complementación de los sexos sería entonces una mera utopía y la única vía para garantizar y honrar a la vida, el amor, el cuidado, la sanación y la solidaridad en este planeta consistiría en eliminar al sexo tóxico para que reine el otro. Una absurda paradoja. Ciertas posturas feministas radicales parecen postular esto. Con más palabras y teorías suelen terminar por proponer, en espejo, lo mismo que los hombres machistas: un mundo sin el opuesto complementario, sin integración creadora fecundante, o, a lo sumo, un mundo en donde el otro sexo sea apenas un objeto al servicio del sexo al que uno pertenece.

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Creo, en cambio, que el paradigma masculino hegemónico es una deformación dolorosa y dañina, la metástasis de la intolerancia, un modelo de pensamiento y de acción a contrapelo del propósito esencial de la vida, que es el de perpetuarse a sí misma preñada de trascendencia y significado. Los pocos, silenciosos e ignotos hombres que atraviesan la experiencia de una masculinidad vital son emergentes de otro paradigma, ellos anuncian, sin pretenderse profetas, la existencia del mismo. No representan, lo he dicho en uno de los capítulos iniciales, un movimiento, no han desarrollado lemas ni consignas, no siguen políticas conjuntas (salvo aislados grupos). No arrastran a la sociedad ni, mucho menos, a masas de varones detrás de sí. Viven sus vidas, crean vínculos diferentes, exploran caminos distintos, procuran darle a sus existencias un sentido emocional, espiritual, afectivo profundo. A menudo lo hacen solos, sin conocerse, simplemente honrando sus vidas y vínculos cotidianos.

Tratan, aunque no lo declamen, de que su paso por la vida deje una huella fecunda, una simple y pequeña huella fecunda. Observados en el conjunto, muchas veces estos hombres parecen anómalos, sapos de otro pozo, patitos feos. Todos sabemos cómo terminaba el cuento de Andersen: el patito era un cisne bello y majestuoso. Sólo por eso los patos, ignorantes, se burlaban de él, lo despreciaban, no lo incluían en la comunidad de los patos.
El tiempo de las conductas
¿Cómo se transforma un paradigma?

¿Cómo se cambian creencias profundamente enraizadas, tan profundamente como para hacernos confundir un mandato cultural con una ley natural?

De acuerdo con mi experiencia, ese cambio es más viable y sustentable cuando comienza por las actitudes, por las acciones, por las conductas.

Así se han impuesto y consolidado los paradigmas vigentes. No a través de discursos, ni de lecturas, sino de hechos cotidianos, perceptibles. Podemos pasar siglos describiendo, denunciando y explicando el modelo machista y sus consecuencias, podemos convocar foros, publicar libros, filmar películas, producir videos, organizar mesas redondas.

Los asistentes estarán de acuerdo.

Ya ha ocurrido. Y seguimos viviendo en el mismo mundo, bajo los mismos mandatos, acaso maquillados.

No es que todo lo anterior no sirva. Contribuye.

En un momento inicial es necesario hablar, denunciar, escribir. Así empieza el camino. Pero si de veras ansiamos un cambio, en un momento de la marcha esto deberá ser apenas el complemento, no el plato fuerte. Habrá llegado el tiempo de las conductas. O nada cambiará y terminaremos diciendo escépticos, como alguna vez lo hizo James Joyce: “Si no podemos cambiar de país, cambiemos de conversación”.
¿Qué son conductas? La respuesta a esta pregunta puede abrir un abanico sorprendente. Veamos cuándo y cómo, de qué maneras reales y accesibles, un hombre cambia una conducta y, por lo tanto, ayuda a la transformación de un paradigma:
Un hombre que tiene prioridad y tiempo para atender a sus hijos, para preguntarles y escuchar, para compartir experiencias con ellos, que participa activamente de la crianza de esos hijos, aunque eso signifique postergar un ascenso profesional o resignar un ingreso, cambia de conducta y ayuda a transformar un paradigma.
Un hombre que se niega a morir o a matar en una guerra y afronta las consecuencias de esa decisión, cambia una conducta, ayuda a transformar un paradigma.
Un hombre que, en cualquier actividad (ya fuere comercial, política, deportiva, militar, económica, organizacional, investigativa, científica, tecnológica, cultural o sanitaria) se niega a cumplir órdenes o mandatos inmorales, fuera de ética, corruptos, que dañen a otros, a cualquier ser vivo o al medio ambiente, aunque esa negativa tenga consecuencias económicas o curriculares, cambia una conducta y ayuda a transformar un paradigma.
Un hombre que respeta las leyes y las normas, aunque le obstaculicen el camino o se lo alarguen, cambia una conducta y ayuda a transformar un paradigma.
Un hombre que se niega a que la corporación que lo contrata pretenda comprarle la vida con el salario y que hace respetar sus horarios, sus ideas, sus necesidades y sus espacios personales, cambia una conducta y transforma un paradigma.
Un hombre que cuando siente que ama dice “Te amo”, y traduce su amor en actos y no cree que eso lo convierte en un sometido, cambia una conducta y a ayuda a transformar un paradigma.
Un hombre que reconoce cuándo no puede, o cuándo no sabe o cuándo ha sido vencido en buena ley, así fuere en los negocios, como en el deporte, en el amor o en la política, y que no prepara su revancha como primer objetivo, cambia una conducta y ayuda a transformar un paradigma.
Un hombre que actúa en política y no vende sus sueños, sus utopías o su proyecto para un bien común, aunque eso signifique tener menos poder, cambia una conducta y ayuda a transformar un paradigma.
Un hombre que no se vanagloria de victorias deportivas obtenidas a cualquier precio (trampas, violencia, doping, influencias de poderes externos, soborno), que no acepta esos precios y que los denuncia, cambia una conducta y transforma un paradigma.
Un hombre que ve en las mujeres algo más que una vagina, un par de pechos o un par de piernas que sostienen unas nalgas turgentes, un hombre que respeta lo diferente de lo femenino y se interesa por conocerlo y honrarlo, un hombre que para ser fuerte no necesita una mujer débil, que para ser sexualmente activo no necesita una mujer sexualmente inerte, que para ser tierno no necesita que su mujer sufra, que para valorizar su modo de ver el mundo no necesita descalificar el de la mujer que está con él, un hombre que pueda escuchar a la mujer sin interrumpir y sin verse obligado a dar respuestas y soluciones, un hombre que se atreve a mostrar a su mujer sus capacidades e incapacidades, su inteligencia y su estupidez, su fuerza y sus flaquezas, su capacidad sanadora y sus heridas, cambia una conducta y ayuda a transformar un paradigma.
Un hombre que acompaña el crecimiento de sus hijos y les transmite confianza y admiración, sin desvalorizarlos cuando ellos se equivocan en la búsqueda o no se amoldan a la expectativa de él, que incluso los autoriza a equivocarse, que los guía con límites firmes y afectuosos y que les garantiza con actos el carácter incondicional de su amor, cambia una conducta y ayuda a transformar un paradigma.
Un hombre que elige a su mujer y que, mientras las razones profundas de esa elección sigan vigentes, la honra siéndole fiel y confiando a su vez en ella, cambia una conducta y ayuda a transformar un paradigma.
Un hombre que se autoriza a cambiar su vocación cuando una voz interior se lo pide, que se permite ganar menos y disfrutar más, que puede verse desnudo, sin el traje de su oficio y profesión, y disfruta de lo que ve, que no posterga sus prioridades espirituales y emocionales en nombre de la exigencia productiva, cambia una conducta y ayuda a transformar un paradigma.
Un hombre que no arma su identidad según el juicio, el gusto y la opinión de los otros (en especial cuando los otros son personas atadas al paradigma machista), sino que se permite seguir sus gustos y atender sus necesidades, cambia una conducta y ayuda a transformar un paradigma.
Un hombre que renuncia a actividades depredadoras como la caza, el tiro, la tala indiscriminada, la modificación injustificada de paisajes, la construcción destructiva y contaminante, y que se propone respetar todas las formas de vida existentes, cambia la conducta y ayuda a transformar un paradigma.
Un hombre respeta límites de velocidad, que no sale a la calle a imponerse, que no usa su auto como un arma, que aprende a ir más lento aunque llegue más tarde, que no cambia su coche frecuentemente sólo para demostrar su poder, y para disimular sus inseguridades, que se priva, de esa manera, de contribuir al consumo estéril, derrochador y contaminante, cambia una conducta y ayuda a transformar un paradigma.
Un hombre que se preocupa por su salud y le da un espacio no marginal en su espectro de ocupaciones, para que de ese modo no sean otros (su familia, la sociedad) los que tengan que cargar con las consecuencias, cambia una conducta y ayuda a transformar un paradigma.
Un hombre que se niega a ser manipulado por quienes le generan falsas necesidades, lo incitan a la competencia fatua, o pretenden seducirlo con ilusiones de poder o identidad, y se niega a rendirse ante el consumismo obsceno, descarado, depredador y contaminador de la sociedad contemporánea, cambia una conducta y ayuda a transformar un paradigma.
Un hombre que abre espacio en su vida para las exploraciones, las preguntas, las búsquedas y las experiencias espirituales (no necesariamente religiosas), cambia una conducta y ayuda a transformar un paradigma.
Un hombre que, en su vocabulario y conversaciones de todos los días, se niega explícitamente a usar palabras como matar, robar, joder (a otros), usar (a otro), coimear o zafar (entre otras afines) y que se propone concientemente incluir términos como amor, amar, ayudar, pedir, comprender, perdonar, escuchar, aceptar, acariciar o esperar, cambia una conducta y ayuda a transformar un paradigma.
Un hombre que se preocupa menos por la economía y la tecnología y más por la mitología, puede conocer la cantidad de dioses fabulosos que habitan en cada varón, las enormes riquezas y potencialidades físicas, emocionales, psíquicas y espirituales que éstos representan, la enorme pobreza interior que sobreviene cuando esos dioses están dormidos o ignorados y la energía creativa que transmiten cuando se los despierta y convoca. Un hombre que, sólo o con otros hombres, se propone descubrir los dioses y mitos que lo habitan y los conecta con su vida cotidiana, cambia una conducta y ayuda a transformar un paradigma.
Un hombre que aprende a jugar para divertirse y confraternizar, para intercambiar el estimulante sudor del esfuerzo compartido, que deja de hacer de cada juego (fútbol, tenis, básquet, hockey, etc.) un campo de batalla, cambia una conducta y ayuda a transformar un paradigma.
Un hombre que admite sus límites, que se detiene en donde éstos comienzan y que da lo mejor de sí antes de alcanzarlos, cambia una conducta y ayuda a transformar un paradigma.
Un hombre que compite para superarse en primer lugar a sí mismo, antes que para batir, imponerse o humillar a otro, cambia una conducta y ayuda a transformar un paradigma.
Un hombre que hace de otro hombre su confidente espiritual y su apoyo emocional, que aprende a escuchar el corazón de otro varón sin cuestionarlo, sólo recibiéndolo, y que aprende a abrir el suyo y a depositarlo en las manos de otro varón, cambia una conducta y ayuda a transformar un paradigma.
Un hombre que rechaza explícitamente (de palabra y en actos) la conducta o el discurso machista de otros hombres, así éstos sean sus amigos, cambia una conducta y ayuda a transformar un paradigma.
Un hombre que vive de acuerdo con los valores que predica en lugar de predicar valores que no ejerce, un hombre que traduce su amor en hechos concretos de amor, su honestidad en hechos concretos de honestidad, su sinceridad en hechos concretos de sinceridad, su austeridad en hechos concretos de austeridad, su compasión en hechos concretos de compasión, su solidaridad en hechos concretos de solidaridad, su aceptación en hechos concretos de aceptación, cambia una conducta y ayuda a transformar un paradigma.
Un hombre que puede poner límites sin ser violento, un hombre que (ante su mujer, sus hijos, sus amigos, sus hermanos, sus subordinados, sus superiores o ante los desconocidos) puede ser firme y suave, claro y confiable, emprendedor y receptivo, cambia una conducta y ayuda a transformar un paradigma.
Nosotros, los monos
Cuantos más ejemplos se dan, más ejemplos acuden a la mente. Cada varón puede traducir todas las propuestas anteriores a sus propias vivencias de cada día y puede agregar, desde su propia experiencia masculina, nuevos aportes. Cuantos más hombres, durante cada jornada, protagonicen más cambios en sus actitudes y acciones, mayor cantidad de transformaciones serán perceptibles en el universo que compartimos. En 1981 el biólogo inglés Rupert Sheldrake desarrolló su hipótesis del Mono Cien, una verdadera revolución del pensamiento cuántico. Se basaba en una experiencia efectuada a lo largo de treinta años en un archipiélago japonés. Allí los científicos que estudiaban colonias de monos arrojaban papas en la playa para que los monos se alimentaran, y seguían viaje sin desembarcar para no molestar a los animales y no entorpecer la observación de sus conductas. Los monos comían las papas con la cáscara cubierta de arena; no siempre les gustaban, muchas veces las dejaban. Así fue hasta que un día Imo (una monita de dieciocho meses) lavó la papa en el agua. Limpia de arena, era más sabrosa. Le enseñó el truco a otros monitos, éstos lo transmitieron a sus madres, y éstas a otros monos adultos. Al poco tiempo todos los monos de esa isla lavaban las papas. No pasó mucho antes de que todos los monos de todo el archipiélago lo hicieran, a pesar de que no había contacto visual entre cada isla y las otras. Sheldrake habló del Mono Cien al referirse al momento clave de la transformación colectiva. Podríamos llamarlo masa crítica. Cuando llegó a haber un número suficiente de individuos repitiendo una conducta, ésta se hizo propiedad de la especie, se convirtió en algo natural.
Según Sheldrake, cuando una conducta es sostenida durante suficiente tiempo y por una suficiente cantidad de individuos, se constituye un campo mórfico, un espacio virtual y sincrónico en el cual se acumulan y conforman todas las experiencias previas de la especie que, de ahí en más, actuará naturalmente de esta manera, y ya no necesitará aprenderlo. La novedad será heredada de manera natural por las próximas generaciones. De esto hablaba, a su manera, Carl Jung cuando describió el inconsciente colectivo. El biólogo sostiene que la idea de los campos mórficos vale para todas las especies, y también para las moléculas de proteínas, para los átomos o para los cristales.
Cambiar el paradigma de la masculinidad tóxica requiere, pues, la repetición de ciertas conductas de un modo sostenido y creciente, el compromiso con una actitud y la convocatoria, hombre a hombre, a que más varones lo hagan. Se trata de crear el campo mórfico de la masculinidad sanadora, nutricia, compasiva, amorosa, fuerte, creativa. ¿Lo que hacen los monos es imposible para los hombres? Probablemente no, siempre y cuando los varones asuman la tarea transformadora con su energía mítica de Guerreros. Estos guerreros no van a ningún campo de batalla exterior, no van a matar, a destruir ciudades y vidas, en nombre de su dios, del petróleo o de una cínica versión de lo que llaman “paz”. El Guerrero interior, mítico, de cada varón afronta otra odisea. El místico hindú Osho lo definió de esta manera: “Habrá numerosos enemigos internos, pero no habrá que matarlos ni destruirlos; tienen que ser transformados, tienen que ser convertidos en amigos. La rabia tiene que ser transformada en compasión, el deseo en amor y así con todo. Por eso no es una guerra, pero un hombre necesita ser un guerrero”
Una de cobardes y valientes
No ignoro que las ideas y propuestas que vengo desarrollando en este capítulo pueden ser recibidas con sonrisas y comentarios irónicos, cínicos o escépticos. No ignoro que me caerán calificativos como “ingenuo”, “inocente” o, en el mejor de los casos “idealista”. En el universo del cinismo materialista, “idealista” se ha convertido en un término peyorativo. No ignoro que, en su mayoría, el escepticismo y la sorna provendrán de hombres. Y será así porque para internarse en la transformación del modelo masculino hegemónico y vigente, se necesita de un coraje que no se aloja en los músculos (aunque, llegado el caso, también se lo podrá encontrar allí), ni en los testículos (después de todo, nacer con testículos no es un logro, sino apenas un accidente biológico, tanto como nacer con ovarios). Se trata de un coraje espiritual, profundo, que abarca a todo el ser y que se desarrolla junto con la propia conciencia. Es un coraje que nos rescata del vacío existencial, nos lleva a construir vidas con sentido y trascendencia, nos permite fundar, en el día a día, una razón para nuestro paso por la vida.
Todos los hombres tienen testículos, pocos hombres tienen coraje espiritual. Lo primero viene de fábrica, lo segundo se construye. Duirante su edificación se cambia y se mejora al mundo. Se puede pasar por la vida sin coraje espiritual, ello no impide ganar dinero, coleccionar autos y mujeres, tener mucho poder, estar arriba entre los top ten de la economía, la política, el deporte, la tecnología, el sexo genital, la guerra. No se necesita coraje espiritual para responder a los mandatos de una masculinidad empobrecedora y limitante. No se necesita coraje espiritual para ser macho. Sólo basta con ser obediente. Y muy temeroso, casi un cobarde. Temeroso de las consecuencias de elegir, de decir no, de seguir un camino propio, de conectarse con el propio mundo emocional, de pedir, de comprometerse, de entregarse, de confiar, de amar. El paradigma masculino hoy vigente intoxica al mundo y a la vida en todos los aspectos. Forma hombres cobardes. Va contra la vida.
Transformar ese paradigma no es una tarea que puede esperar. No viene después de solucionar problemas políticos, sociales o económicos. Viene justamente antes. Porque los grandes problemas que aquejan hoy al planeta y a las personas en su vida y sus vínculos cotidianos tienen una poderosa raíz en ese paradigma. Proponer su transformación y proponer las conductas que la faciliten no es una muestra de ingenuidad. Es una prioridad. El cambio lo necesita la humanidad en su conjunto. Pero no lo producirá la humanidad en su conjunto. Entrevistado por Sebastián Dozo Moreno en el diario La Nación, de Buenos Aires, el alemán Günther Jakobs, doctor en leyes y una de las máximas autoridades mundiales en teoría del derecho, confesaba que “No tengo esperanza en el mejoramiento de las sociedades modernas, pero sí creo en las esperanzas privadas de cada persona”. Aunque el tema excede a este libro, coincido con esa creencia. De acuerdo con los paradigmas con que hoy vivimos, cuando los individuos se disuelven en categorías como pueblo, electorado, masa, hinchada, público, mercado, clientela, admiradores, consumidores, audiencia, ejército o, para éste caso específico, hombres, las energías más oscuras, los instintos más atávicos, las creencias más siniestras y depredadoras (tanto en lo material como en lo espiritual) parecen emerger y desplegarse. La humanidad parece transitar aún un estadio muy precario, muy primitivo de la evolución de su conciencia. En este estadio, cuando se sale del plano personal y se pasa a lo colectivo, la instancia grupal suele ofrecerse como un espacio de impunidad insalubre antes que de comunión fecunda. Las instancias colectivas no son, aún, escenarios transpersonales, que permiten extender lo propio hacia una totalidad creativa, fecunda y trascendente. Habrá, quizá, un momento en que así ocurrirá, en que cada ser humano se reconocerá como parte de una totalidad que lo trasciende y que, al mismo tiempo, necesita de su singularidad para existir. Como sucede con las células de nuestro cuerpo. Cada una es única, unidas dan forma al organismo, el organismo no existe sin ellas ni ellas sin él. Pero no es éste el momento. Hoy, la mayoría de las veces, los espacios masivos no recuerdan a células que crean nuevos y sanos organismos. Parecen, en cambio, tumores.
Por eso, acaso, cada hombre cuya conciencia despierte, cada varón en el que aparezca su propia necesidad individual e intransferible de transformarse, se convertirá (si lo hace) en agente de un cambio que ya es impostergable. Al paradigma masculino tóxico lo cambiarán hombres de carne y hueso, individuos que, en sus vidas cotidianas, en las experiencias reales y accesibles de su diario existir, comiencen a actuar de manera diferente, apartándose de mandatos insalubres para su vida física, psíquica y espiritual, para la de sus seres cercanos y queridos y para la del planeta. Cada hombre que cambie una de sus conductas hará cambiar al modelo. No será al revés. No habrá primero un cambio de paradigma. Habrá primero una transformación en las personas. O pereceremos intoxicados.
La esperanza sólo podrá tener el rostro de cada hombre que asuma la responsabilidad de la transformación. Serán rostros anónimos. Serán los que fueren. Cuando lo hagan. Mientras aún quede tiempo.

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